El Eclipse que Cambió el Tiempo

Al amanecer, los atenienses se vieron sorprendidos por un eclipse solar. La luna tapó el sol y se hizo de noche durante unos minutos. Ellos no podían ni intuirlo, pero ese eclipse acabaría modificando cómo medimos el tiempo. Y es que escondía un problema en el que no caerían los científicos hasta más de 1000

Años después. Un eclipse que abriría una rama de investigación que nos llevaría a entender mejor tanto el exterior como el interior de la Tierra. Queréis descubrir la extraña conexión que hay aquí, ¿verdad? Pues vamos a ello. Pero antes, vamos a ver si el creador de páginas web de Hostinger, puede adivinar esta relación.

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La mecánica clásica, la maquinaria matemática que predice el futuro del cielo. ¿Conoces la posición de un objeto del sistema solar y a qué velocidad se mueve? Solo tienes que hacer girar los engranajes de la mecánica clásica y podrás saber dónde

Estará en cualquier otro momento, en qué lugar de la bóveda celeste lo verás. ¡Adivinar el futuro! Así empezamos a predecir el movimiento de cometas, de planetas nuevos que no habíamos descubierto (cómo os contamos en este vídeo) y (ojito a esto) eclipses solares. Algo muy complicado de prever.

Es decir, que si tú desde tu pueblo ves un día un eclipse, no es nada sencillo saber cuánto falta para que vuelvas a ver otro. No digo que fuera imposible (está, por ejemplo, la leyenda de cómo lo consiguió Tales de

Mileto), pero solo con la mecánica clásica esa predicción era, por fin, totalmente infalible. Pones en tus ecuaciones cosas como la posición y velocidad de la Luna o la rotación de la Tierra y las trayectorias te dan la respuesta.

Hoy en día, si quieres disfrutar de un eclipse, es la mecánica clásica la que te chiva en qué parte de la Tierra debes estar y a qué hora. Fue esta confianza en acertarlo todo, lo que llevó primero a Halley y luego a otros pensadores (¡hasta Kant!), a darse cuenta de algo bastante problemático.

Vale, la mecánica clásica les permitía saber dónde estarían los cuerpos celestiales en el futuro. Pero ¿y al revés? Si ahora podían clavar cuándo iba a suceder un eclipse, ¿sería posible hacer lo contrario, verificar los eclipses pasados? En 1690 se había producido un eclipse total en Corea.

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¿Sería capaz la mecánica clásica de demostrar que eso ocurrió? Echaron los engranajes hacia atrás, y ¡éxito! Se vinieron arriba, desempolvaron el libro de historia y probaron con un eclipse muy antiguo. En la biografía de Proclo, se nos cuenta que los atenienses vieron un eclipse total

El 14 de enero del 484 después de Cristo. Más de 1000 años antes. Con mucha confianza, le preguntaron a la mecánica clásica si eso era correcto y ¡tragedia! Fue un no. La predicción de la teoría no caía sobre Grecia. ¡Deberían haber visto un eclipse parcial, no total! Problemón, ¿cómo lo arreglamos?

Puede que la fecha estuviera mal. Sin embargo, no era probable. Precisamente es un eclipse muy bien documentado. Ok, segunda solución: puede que metieran algo mal en la máquina. De hecho, sospechosamente, si pudiéramos girar la Tierra tan solo 30 grados, la franja de la predicción caería justo en el lugar correcto.

Eso nos pone delante esencialmente dos posibles explicaciones: puede que antiguamente la velocidad de la luna fuera un pelín más lenta o que la rotación de la Tierra fuera un pelín más rápida. Halley apostaba fuerte por la luna, que con el tiempo había acelerado.

Curioso que no dijera nada de la rotación de la Tierra. Tal vez (creo yo) porque plantearse que la rotación de la Tierra había estado frenando era meterse en una movida tremenda. Pensad esto: ¿qué es un día? ¿Cómo podemos determinar cuánto dura?

Te fijas en el sol, esperas y cuando pase por el mismo punto ha transcurrido un día. Si te pones fino, sabrás que estrictamente todos los días del año no duran lo mismo y harás una media, un día promedio. Y si te pones fino fino no usarás el sol, sino una estrella.

Cuando vuelva a la misma posición, habrá pasado un día. Pero, en realidad, ni las estrellas ni el sol giran en el cielo. Somos nosotros los que giramos; la Tierra. Si resulta que la Tierra giraba más rápido en el pasado, eso quiere decir que la duración

Del día, sus 24 partes, sus 1440 y sus 86400 no eran las mismas que las actuales. Los segundos de Pitágoras habrían sido algo más breves que los nuestros. El tiempo perturbado a lo largo de la historia, ¡y nosotros sin darnos cuenta! Me diréis que no es para tanto.

Al final, Halley y compañía se equivocaron por apenas 30 grados; ese cambio en el tiempo tiene que ser pequeñiiisimo. Y lo es (y enseguida veremos cuánto). Pero eso no quita que sea importante. Mucha de la tecnología actual (como, por ejemplo, los satélites del GPS) depende de

Una precisión exquisita en el tiempo; clavar muchas cifras decimales. Ya ni hablar de toda la electrónica del mundo. Y, aunque no fuera así, nuestro universo ya es bastante complicado. No queremos usar “reglas” que cambien. Queremos reglas fijas para medir con ellas un universo cambiante. Pero ¿puede que estemos montando un pifostio por nada?

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Al fin y al cabo, lo único que tenemos es un eclipse de hace 1500 años que sale mal. ¿Tan seguros estamos como para repensar el tiempo? Bueno, resulta que los investigadores han revisado otros eventos astronómicos pasados para ver si ocurría lo mismo. Y así es.

Hasta el siglo XVII hay buenos datos de cuándo la luna ocultaba ciertas estrellas. Eso también se puede predecir con la mecánica clásica, y se encuentran pequeñísimas diferencias en los tiempos. Más atrás tenemos registros de eclipses tanto solares como lunares ocurridos en Bizancio, China y Mesopotamia. Diferencias también.

Y algunos de esos eclipses los conocemos con una precisión increíble. Por ejemplo, uno ocurrido en la antigua Babilonia en el 136 antes de Cristo. Un astrónomo escribió exactamente dónde estaba el sol cuando empezó el eclipse y dónde estaba cuando terminó. Son datos valiosísimos.

Así somos capaces de reconstruir cómo ha cambiado la duración del día; un ejercicio tanto de astronomía como de arqueología. ¡Bellísima combinación! Gracias a estos y otros datos, hoy sabemos con precisión lo que le pasaba a Halley. En parte tenía razón: la velocidad de la luna cambia, acelera.

Pero la Tierra también está ralentizando su giro, lo que hace que el día aumente en unos 2 milisegundos cada siglo. Efectivamente, muy poquito. Pero de esto no hemos hablado, ¿por qué ocurre esta desaceleración? Es decir, es natural que una pelota que gira se vaya frenando poco a poco.

El rozamiento hace que el aire a su alrededor tenga que moverse, eso le roba la energía y acaba parándose. Pero la Tierra es una esfera que gira en el vacío del espacio, sin que nada la frene. ¿Por qué ralentiza su ritmo? La principal culpable es la Luna y las fuerzas de marea.

La luna atrae las aguas del mundo, creando un pequeño bultito que la sigue. Sin embargo, ese bulto no está perfectamente alineado con la Luna. La Tierra rota tan rápido que a ese bulto no le da tiempo a seguir el ritmo, de modo que queda adelantado respecto a nuestro satélite.

Pero el bulto también tiene una gravedad propia, que tira de la luna y poco a poco aumenta su velocidad. Ahora, para darle energía a algo, tú tienes que perderla. Si la Tierra acelera la luna, nuestro planeta tiene que estar frenando. … O no del todo.

Porque los científicos encuentran que la rotación de la Tierra frena y acelera todo el rato. Estas son las perturbaciones ocurridas en 2020, manifestadas en los milisegundos que se alarga o acorta cada día. ¿Qué las produce? La principal causa es que la forma de nuestro planeta cambia.

Pensad en la mítica patinadora que pliega sus brazos y acelera. Ha cambiado su forma y eso cambia su velocidad de giro. Tiene sentido: imaginad un objeto que gira lejos de su centro de rotación. Tiene que ir a una velocidad altísima para completar a tiempo una vuelta.

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Si lo traemos más cerca del punto de giro, seguirá teniendo la misma energía de antes pero menos recorrido que hacer, por lo que completará las vueltas mucho más rápido. Cambia la forma, cambia la velocidad. Y dentro de nuestro planeta hay cambio constante, materia que se acumula en lugares para luego

Desplazarse: la roca fundida del manto terrestre, el agua de los océanos e incluso el aire de la atmósfera. De hecho, el 90% de las perturbaciones que suceden durante el año se atribuyen a la atmósfera. El resto (y sobre todo mirando cambios en períodos de decenas de años) se relacionan

Con otra cosa rotante: el núcleo de nuestro planeta. Interactúa con el manto y cambia ligeramente su velocidad. Y también tenemos otro cambio muy evidente: al derretirse las grandes masas de hielo, la tierra que hay debajo recupera poco a poco su forma original (deformada por el peso helado que tenían antes).

Es decir, que los efectos del cambio climático que sufren la Antártida y Groenlandia están cambiando el paso de los días. Y, hablando de eso, ¿al final qué ha ocurrido con el tiempo? ¿Nos hemos librado de que cambien nuestras unidades? Pues sí, aunque no hace tanto.

Y es que la rotación de la Tierra, aun con sus defectos, es bastante estable, y estuvimos usándola durante décadas de un modo u otro. Y sin una buena alternativa tampoco se puede hacer más… Hasta que entraron en el juego el cuarzo y el cesio.

En la condiciones correctas, el cesio emite una luz con una frecuencia muy específica. No importa cuando la emitas, siempre es la misma. Un giro completo de la Tierra no vale lo mismo hoy que hace mil años. Esta frecuencia del cesio sí.

Así que definamos el tiempo con ella: cuenta cuánto tarda esta radiación en completar este número de vibraciones, y eso será un segundo. Ya no usamos relojes astronómicos, ahora usamos relojes atómicos. Así fue como un eclipse sucedido hace más de 1500 años desencadenó nuestro cambio del tiempo.

Y os puede parecer algo un poco anecdótico, casual. Pero lo cierto es que la historia nos dice lo contrario. Hiparco descubrió la precesión de la Tierra (este giro parecido al de una peonza) mirando también al pasado. Comparó las medidas del cielo que había realizado un astrónomo alejandrino 100 años

Antes y se dio cuenta que el firmamento había cambiado de posición. Da que pensar qué aplicaciones futuras tendrá lo que hoy estamos registrando. Al igual que ese astrónomo babilónico se vio fascinado por un eclipse que hoy nos permite afinar cómo medimos el mismísimo tiempo, quién sabe cómo podrían cambiar el futuro

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